Fuego Sagrado by Nnedi Okorafor

Fuego Sagrado by Nnedi Okorafor

autor:Nnedi Okorafor [Okorafor, Nnedi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2019-01-01T00:00:00+00:00


No había nada roto, al menos ninguno de los dedos. Solo estaban magullados e hinchados, con un corte que sangraba y que requirió un pequeño punto. Según la enfermera residente, que parecía una gran flor flotando en una nube de bruma roja, tuve suerte. «Me habría gustado romperme los cinco dedos si con eso hubiera destrozado el edan», pensé, pero no me sentía así en realidad. Lo que había ocurrido en Pez Tercero no fue cosa del edan. Estaba viva gracias a él.

El primer sol se ponía cuando salí del hospital.

—Gracias por esperar, Okwu —dije mientras nos dirigíamos a la lanzadera.

—Había enlaces aéreos en el vestíbulo, así que he terminado los deberes mientras esperaba.

Yo llevaba encima mi bolsa con la tableta, la estación de recogida, unas minimanzanas, aceite labial y un bote del tamaño de mi mano con otjize. Iba con ella a todas partes. Pero Okwu y otras personas como ella se movían sin necesitar nada, porque lo tenían todo. Las envidiaba. A Okwu le gustaba decir: «La gente como yo siempre está completa».

Me tapé la nariz al acercarnos a la lanzadera. Aún me estaba acostumbrando a esas cosas. Las vías de la lanzadera estaban hechas con «fugóleo», un aceite verde que secretaban unas gigantescas plantas negras con forma de jarra y que crecían cerca de las vías. El hedor a sangre fresca de las plantas traía de vuelta los recuerdos. Había evitado durante semanas las lanzaderas de Oomza, pero los autobuses rápidos no estaban hechos para que los trayectos de ochocientos kilómetros durasen minutos, así que tenía que aguantarme.

Una vez en la lanzadera, me alegré de encontrar con facilidad un asiento hecho para alguien de mi tamaño. Okwu flotó a mi lado con otro grupo de gente tipo medusa. Miré por la ventanilla mientras las concurridas torres de arenisca y los edificios como colmenas de Ciudad Central empezaban a retroceder en cuestión de segundos. Y entonces pasamos a toda velocidad por las áridas tierras de hierba púrpura que rodeaban la ciudad. Vislumbré la Estación Oomza, donde los profesores celebraban reuniones y debates solo para el claustro, hasta que desapareció.

Me recliné y relajé. A mi lado, Okwu charlaba con otra criatura con aspecto de medusa. Okwu y quienes flotaban con umbrelas gelatinosas como peces ocupaban las zonas abiertas de la lanzadera con sus gases y cuerpos casi insustanciales y siempre se ponían a charlar cuando la lanzadera se movía a toda velocidad. Me pregunté si se debía a que esa gente estaba más cómoda en el espacio; cuando la lanzadera avanzaba a más de ochocientos kilómetros por hora, eso era lo más cerca que estaban en Oomza de experimentarlo.

Me examiné la falda mugrienta y chamuscada y deseé tener una forma de sentirme como en casa que no requiriera sentarme en la tierra junto a mi residencia. Me acordé de cuando mi madre me llevaba al lago de noche para observar el nacimiento de los caracoles luciérnaga. Esos eran mis primeros recuerdos. Mi madre y yo nos quedamos mirando los caracoles e incluso entonces, con cuatro años, coincidí con ella en que parecían una galaxia.



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